DIARIO CLARIN
El
antídoto contra las comidas rápidas cumple 10 años en el país
“Slow food” ya tiene 20 sedes locales.
Apuntan a “saborear en vez de devorar”.
PorAneris
Cassasus ESPECIAL PARA CLARIN
BAJAR UN CAMBIO. UN PLATO DE QUESOS EN EL RESTAURANTE
GUSTO, EN ROMA, ALMA DE LA FILOSOFIA “LENTA”.
Ir lento como el caracol. Al menos a la hora
del almuerzo. Cambiar el sandwich a las apuradas encima de la computadora para
detenerse a saborear una comida elaborada y libre de agroquímicos. Para recuperar
las tradiciones alimentarias, en 2001 desembarcó en Argentina Slow Food, un
movimiento internacional que nació en 1989 en Italia y Francia en oposición al
fast food. Hoy la tendencia suma cada vez más adeptos y ya existen más de 20
conviviums – así se llaman las asociaciones locales de la organización –
distribuidos por el país. A eso se le suman chefs, restaurantes, comercios,
mercados y exposiciones gastronómicas que adhieren a “la movida slow”.
“Promovemos un tema vinculado al placer personal por la comida y a una recuperación de ciertos hábitos y costumbres alimentarias”, dice Santiago Abarca, uno de los precursores de Slow Food Argentina. “Lo alimentario tiene que ir ligado a otra forma de vida: vivir más despacio, tener momentos para poder escaparse de la vorágine del mundo moderno”.
Uno de los principales objetivos de Slow Food es proteger la biodiversidad. Por eso se oponen al uso de agroquímicos y transgénicos promoviendo la producción orgánica de alimentos. Además, trabajan para impedir la desaparición de comidas regionales que se ven amenazadas por la producción estandarizada de comida.
“El movimiento ha crecido porque la gente empezó a tomar conciencia de que es una filosofía de vida, sobre todo en ciudades como Buenos Aires donde todo nos lleva a correr detrás de algo. Hay muchísimos cocineros jóvenes que ya están desarrollando la cocina slow en el país”, dice Patricia Döuek Pirotte, presidenta de la Fundación Gastronómica Iberoamericana. Se ve cada año en la muestra “Caminos y sabores” de la que participan chefs especializados en platos regionales. La feria se inició en 2005 con 100 expositores y el año pasado llegó a los 400 con más de 2.000 productos exhibidos.
La movida creció tanto que en algunos locales gastronómicos de Europa, por ejemplo, ya existe un sello “Slow Food” que garantiza que en ese comercio venden comida libre de transgénicos. La dificultad es que implica una estructura de verificación que en Argentina aún resulta difícil de montar. “De todos modos, hay lugares que no son el purismo slow pero adhieren a la onda verde. O están las pizzerías tradicionales que hacen productos muy nobles”, dice Abarca.
Quienes quieran sumarse, deberán bajar un cambio y tener en mente la lentitud del caracol, emblema de Slow Food. Lo dice Carlos Petrini, fundador del movimiento: “Este animal cosmopolita y prudente es un amuleto contra la velocidad, la exasperación, la distracción del hombre demasiado impaciente para sentir y gustar”. Ese hombre que olvida demasiado rápido lo que acaba de devorar.
“Promovemos un tema vinculado al placer personal por la comida y a una recuperación de ciertos hábitos y costumbres alimentarias”, dice Santiago Abarca, uno de los precursores de Slow Food Argentina. “Lo alimentario tiene que ir ligado a otra forma de vida: vivir más despacio, tener momentos para poder escaparse de la vorágine del mundo moderno”.
Uno de los principales objetivos de Slow Food es proteger la biodiversidad. Por eso se oponen al uso de agroquímicos y transgénicos promoviendo la producción orgánica de alimentos. Además, trabajan para impedir la desaparición de comidas regionales que se ven amenazadas por la producción estandarizada de comida.
“El movimiento ha crecido porque la gente empezó a tomar conciencia de que es una filosofía de vida, sobre todo en ciudades como Buenos Aires donde todo nos lleva a correr detrás de algo. Hay muchísimos cocineros jóvenes que ya están desarrollando la cocina slow en el país”, dice Patricia Döuek Pirotte, presidenta de la Fundación Gastronómica Iberoamericana. Se ve cada año en la muestra “Caminos y sabores” de la que participan chefs especializados en platos regionales. La feria se inició en 2005 con 100 expositores y el año pasado llegó a los 400 con más de 2.000 productos exhibidos.
La movida creció tanto que en algunos locales gastronómicos de Europa, por ejemplo, ya existe un sello “Slow Food” que garantiza que en ese comercio venden comida libre de transgénicos. La dificultad es que implica una estructura de verificación que en Argentina aún resulta difícil de montar. “De todos modos, hay lugares que no son el purismo slow pero adhieren a la onda verde. O están las pizzerías tradicionales que hacen productos muy nobles”, dice Abarca.
Quienes quieran sumarse, deberán bajar un cambio y tener en mente la lentitud del caracol, emblema de Slow Food. Lo dice Carlos Petrini, fundador del movimiento: “Este animal cosmopolita y prudente es un amuleto contra la velocidad, la exasperación, la distracción del hombre demasiado impaciente para sentir y gustar”. Ese hombre que olvida demasiado rápido lo que acaba de devorar.
Sus
principios:
Bueno: se trata de alimentos frescos, sabrosos y de temporada
que satisfacen los sentidos y pertenecen a la cultura local. De hecho, parte de
su filosofía es la recuperación de los platos regionales.
Limpio: se produce en armonía con el medio ambiente y la salud.
Están libres de agroquímicos y transgénicos.
Justo: se vende a precios accesibles para el consumidor, con
condiciones y a precios convenientes para los pequeños productores.
COMERCIO
JUSTO Y SOLIDARIO
GUSTO EN SERIO. SOLO SE VENDEN ALIMENTOS SIN
AGROQUIMICOS.
Una vuelta a los mercados de antes, donde los
productores venden sin intermediarios y los consumidores pueden conseguir
productos sin agroquímicos y ver cómo son elaborados. Para volver a sentirle al
tomate el gusto a tomate, hace nueve meses nació “Sabe la tierra”, un mercado
que funciona los sábados de 10 a 18 en la Estación San Fernando del Tren de la
Costa. Hasta allí van unos 40 productores de la zona que montan sus puestos y ofrecen frutas, verduras, pollos pastoriles, huevos, quesos, cereales, dulces y conservas, panificados integrales, aceites, tofu, algas, aloe vera, yerbas, miel y hierbas, entre otros productos.
“Es un mercado en que se disfruta la experiencia de comprar. Nos interesa mucho la relación humana en el acto de compra que es lo que, creemos, se ha perdido con los grandes supermercados”, cuenta Angie Ferrazzini, su directora. El mercado es una invitación a tomar conciencia sobre los hábitos de consumo.
REVISTA HOLALÁ
Slow food, una manera diferente de comer
Es una modalidad que
existe en casi todas partes del mundo y cada vez es más conocido; se trata de
nuevas formas de relacionarse con los hábitos alimenticios y redescubrir los
sabores y las tradiciones; ¡conocé esta nueva tendencia!
Por María Wortzman
Especial para RevistaOHLALA.com
Especial para RevistaOHLALA.com
"Vísteme despacio que estoy apurado". Muchas de nosotras
escuchamos alguna que otra vez esa frase tan célebre que pertence a Napoleón
Bonaparte. Incluso hasta quizás nos la hayamos dicho a nosotras mismas en medio
de un día de locos cuando cuerpo y mente dicen basta.
El mundo en el que vivimos y los hábitos que adquirimos muchas veces
confabulan contra nuestros deseos, tiempos y sentidos. Los tiempos de hoy en
día nos encuentra comiendo rápido y amando rápido. En fin: viviendo rápido.
Sin embargo existe un grupo de gente
alrededor del mundo que notó este fenómeno y todos los días trabaja para
concientizarnos sobre la vida que nos estamos perdiendo por correr hacia quien
sabe dónde: son las personas que conforman Slow Food
.
Esta organización, con presencia en todo el mundo, comenzó en Italia y
su misión nace como reacción a las cadenas de comidas rápidas, los fast food. A
partir de ese modo de ingerir los alimentos, este movimiento propone otro tipo
de experiencia relacionada con los sentidos, el conocimiento, el placer y
finalmente, con la sociedad toda.
Santiago Abarca, presidente y
coordinador de Slow Food Argentina
con cerca de 15 años de relación con el movimiento, cuenta el fenómeno con
mayor detalle: "Es terriblemente vasto. No es concreto, pequeño y definido
sino que está dentro de una estructura (Slow Food Internacional) donde gente
trabaja en diferentes maneras de comunicar como campañas sobre distintas
temáticas."
Actualmente Slow Food en el mundo se encuentra en la tarea de brindar
conciencia sobre los alimentos transgénicos, educación a los niños sobre el
sentido del gusto e incentivo para la creación de la huerta personal o
comunitaria.
Bueno, limpio y justo
Se trata del lema que caracteriza a esta forma de concebir un nuevo modo
de vida donde el gusto y la diversidad son pilares fundamentales. " Bueno
se refiere a las bondades del alimento para nuestro organismo, debe ser
benéfico en su composición. El concepto de limpio radica en una noción
ecológica: nada que destruya la naturaleza y su equilibrio y haga mal a la
salud puede ser considerado como tal. Debe ser un alimento limpio y noble para
el ser humano.
Y lo justo se conecta con la forma de producción del alimento.
Debe provenir de un campesino y sin un proceso industrial exagerado ni lleno de
conservantes ni agregados", explica Santiago sobre estas tres palabras.
Es así como esta filosofía también posee un lado socioeconómico. Se
erige en la vereda opuesta a la explotación del pequeño productor y demanda
precios razonables para el mismo. Se manifiesta en contra de las mega
corporaciones que destruyen un esquema de producción para medianos y pequeños
campesinos y son generadoras de pobreza.
"Cuando hablamos de alimentación hablamos de política" afirma
Abarca. "Detrás de cada plato hay gente que lo elabora, un hecho social
que ocurre. Debemos votar qué es lo que queremos. Es una forma de generar
cultura."
En nuestro país
En 2001 cuando la Argentina se encontraba en plena crisis socioeconómica
Slow Food caló hondo sin proponérselo. "Nos preguntábamos a quién le podía
interesar en un país que no comía un movimiento que viniera a hablar del placer
alimentario y las pequeñas producciones. Parecía absurdo", reconoce el
referente del movimiento y admite que, sin embargo, fue un fenómeno que les
explotó en las manos.
Hoy en día, hay formalmente cerca de 1000 afiliados sin contar los
cientos que se suman y practican esta forma de resaltar los sabores y colores
de la vida sin dar su nombre y apellido. Se trata de un voluntariado, todo está
relacionado con el querer y la vocación.
No aceptan ayudas religiosas, gubernamentales ni políticas. De hecho,
todo lo que hacen resulta de un esfuerzo donde ponen tiempo y ganas.
"Apostamos a la convivencia: valorar nuestra relación con los otros. Poder
comer acompañados, en sociedad" sintetiza Abarca y agrega: "Hablamos
de una revolución vinculada a una nueva concepción, una posición diferente.
Queremos calidad para todos. Antes era un sueño, hoy está en acción."
En otros
ámbitos
A partir del fenómeno de Slow Food nuevas formas de actividades
"lentas" han surgido alrededor del mundo. Acá repasamos las más
populares:
Sexo slow
Se trata de técnicas sexuales orientales como el tantra. Apunta a
disfrutar de todos los aspectos de la sexualidad humana partiendo de la
lentitud. Su duración como su intensidad se suponen más fuertes que las
normales.
Un día antes ya tenés en mente el próximo encuentro y se comienza a
conformar la fantasía. La ambientación debe ser cuidada y rigurosa. Acordate
que todos los detalles cuentan: velas, aromas, luces bajas, distintas telas,
etc. Una vez con tu pareja, tomate tu tiempo. Disfrutá y acordate siempre de la
"lentitud".
Trabajo slow
Varias empresas notaron que la gente bajo fuerte presión no es la que
mejor rinde. También la tecnología moderna no ayuda a que profundicemos en el
análisis y la reflexión (¡pensá en cuántas veces chequeás los mails por hora!).
Con Barcelona como sede incial, esta práctica implica siestas en el
trabajo y más tiempo para pensar. Sí, así como lo leés. A los empleados con
buena productividad, las empresas les proveen todas las comodidades para que
por día puedan tomarse una siesta de 20 a 30 minutos. También te piden que para
privilegiar la tranquilidad reflexiva, sólo revises tu correo electrónico tres
veces por jornada laboral. ¿Te aguantarías?
Arquitectura slow
Y claro que el lugar donde vivimos incide de gran forma en nuestro
estilo de vida. Este movimiento invita a que nuestro hogar también se sume y
sea "lento".
Se trata de viviendas ecológicas donde por ejemplo los balcones estén
habilitados para tener pequeños huertos o se reemplacen espacios verdes
destruidos por la contrucción. Es darle una mano a la madre naturaleza y sumar
nuestro granito de arena en pos de un planeta mejor.
Ciudades slow
Si bien no tenemos ejemplos locales en nuestro país, las ciudades
"lentas" se están multiplicando por el mundo. Básicamente se necesita
que las autoridades políticas así como sus habitantes se comprometan a mantener
las tradiciones y a cuidar su lugar de residencia.
Establecer áreas de tránsito sin autos, reducir la contaminación visual,
fomentar la venta de alimentos de los pequeños o medianos productores y
conservar una tradición y un respeto por lo autóctono son sólo algunas de las
condiciones necesarias para competir por el título.
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